Llevo unos días que no consigo quitarme a Sufjan Stevens de la cabeza. Es cierto que tengo en bucle su último trabajo Javelin y que, como su nombre indica, me atraviesa el cuerpo en cada escucha. Es uno de esos discos que emocionan. Lleno de matices, ideas geniales y esas melodías folk mezcladas con electrónica que él sabe hacer tan bien. ¡Y qué letras! Repletas de frases que lo mismo te rompen el corazón en mil pedazos, te abrazan fuerte, te destrozan el estómago o te dan ese punto de esperanza que tanto necesitamos… que tanto necesito. Es un disco que escuece, pero que cura.
Lo que me ha removido por dentro han sido dos acontecimientos de su vida personal que dan una nueva lectura al disco, y confirman lo que llevo muchos años pensando: la magia de Sufjan radica en su capacidad de convertir la tragedia en esperanza, la tristeza en arte.
Lo primero ya me dejó tocado. Shock. Una mañana te levantas, la vida te pega un guantazo, y de repente ya da igual la nueva música, la promo, las firmas de discos, la gira. Todo cambia en un segundo. Hace unos meses anunció que padece el síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad autoinmune que hizo que una mañana se despertara paralizado, sin poder andar y con poca movilidad en brazos y manos. Después de dos semanas en la cama, han encontrado tratamiento. Con medicina y rehabilitación, podrá volver a caminar en un año.
La publicación de Instagram en la que lo cuenta, con su particular sentido del humor, me pareció todo un ejemplo de coraje, superación y positivismo. Me hizo darme cuenta que hay que exprimir cada día, disfrutar el presente, vivir la vida a tope… porque nunca se sabe qué va a pasar dentro de cinco minutos. Su historia me hizo ver que todas esas pequeñas cosas que me agobian en el día a día, los pequeños dolores por dentro y por fuera, las frustraciones, los enfados… son solo eso: pequeños. Y que hay que sonreír, porque aquí seguimos. Porque estoy bien. Porque siempre hay esperanza.
Cuando salió el disco bucle sin fin de escuchas. Pelos de punta. Alguna lagrimita. Descubrir poco a poco su orfebrería, sus frases, su magia… y nos lanzó el segundo mazazo.
«Este álbum está dedicado a la luz de mi vida, mi querida pareja y mejor amigo Evans Richardson, que falleció en abril. Era una auténtica joya de persona, llena de vida, amor, risas, curiosidad, integridad y alegría. Era uno de esos seres raros y hermosos que solo se encuentran una vez en la vida: precioso, impecable y absolutamente excepcional en todos los sentidos».
El disco tomó una nueva y dolorosa lectura, pero también esperanzadora… porque así es él. Fuerte, valiente, especial y lleno de luz, como su música. Capaz de convertir en magia lo más triste del universo. «Abrázame fuerte, no sea que me caiga», dice en una de las nuevas canciones. Con cada escucha del disco quiero correr a abrazarle. Quiero decirle que su música me ha acompañado desde hace casi 20 años y que sus canciones forman parte de mi vida, de mis recuerdos, de mis alegrías, tristezas y enamoramientos. Que gracias por todo. Que es inspiración y ejemplo. Que aquí tiene un amigo a miles de kilómetros si lo necesita.
«Si por casualidad encuentras ese tipo de amor, mantenlo cerca, sujétalo fuerte, saboréalo, cuídalo y dale todo lo que tengas, especialmente en los momentos difíciles. Vive cada día como si fuera el último, con plenitud y gracia, con reverencia y amor, con gratitud y alegría».
Y eso es lo que voy a hacer. Lo que todos deberíamos hacer. Secar las lágrimas, dejar las tonterías, vivir el presente y sonreír a la vida.
Mientras escribo esto suena Will anybody ever love me? de Sufjan Stevens. Hay luna menguante y ahora mismo solo pienso en cenar una tostada de aguacate con jamón y queso.
Rumpus Magazine 
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